martes, 11 de enero de 2011

“Vamos a la playa, oh, oh, oh”



Apenas se sale de la vía del aeropuerto y se entra a la ciudad, la costa de Aruba se convierte en una compañera de ruta, siempre a un lado con sus aguas azules, su arena limpia y blanca. El acceso a las playas arubianas es gratuito, no importa si se trata de balnearios, costa abierta u hoteles, ese pedazo de mar es para disfrutarlo. Arashi Beach está muy cerca de uno de los “extremos” de la isla, próximo al Faro California. Por los lado de Arashi, no es difícil practicar deportes como el kite o el windsurf. A minutos se encuentra Eagle Beach, una de las preferidas por la gente local. Para llegar hasta “la playa del águila”, solo hay que dejar el auto cerca de la orilla y caminar unos metros.  Un poco más lejos está Baby Beach, con un oleaje mucho más tranquilo y una brisa benévola, Baby Beach es perfecta si se quiere ir a la en “plan tranquilo”. Aunque en muchas de las playas de Aruba se puede disfrutar de una buena sesión de buceo, Boca Catalina, es uno de los mejores lugares para hacerlo, los fanáticos de este deporte tienen allí una escala obligada.



Una tarde espectacular

Teníamos horas mirando las playas desde la ventanilla del carro, yo con un poco más de suerte tenía el recuerdo de la vista de mi pequeña terraza del Westin Hotel. Tanto observar aquel sol, esa arena y el agua bellísima, había creado en nosotros la necesidad de meternos de cabeza en esa sábana azul del Caribe. Nuestra primera oportunidad llegó cuando Paula nos dejó en el muelle, acompañados de Randy, otro arubiano de simpatía espectacular y con quien hicimos “llave” de inmediato. Con Randy esperamos la llegada del Catamarán de Red Sail Aruba. El sol apretaba en el cielo y la embarcación nos esperaba en el agua. La tripulación, un capitán y sus asistentes nos recibieron con una explicación sobre los puntos que visitaríamos y las actividades que ejecutaríamos: podríamos nadar a mar abierto, hacer un poco de snorkel, tomar sol en la parte descubierta del Catamarán, comer unos aperitivos y gozar de la barra libre ¡todo el trayecto! 



Para continuar con lo que ya iba rumbo a convertirse en una tradición y un homenaje a la isla Gus y yo degustamos una “ración” de Aruba Ariba, Randy prefirió tomar solo uno. Rumbo a nuestra primera “parada” en la costa, gozamos de la vista: un mar limpio y no demasiado agitado. Otro Aruba Ariba y ya había ambiente. Salimos a la cubierta a llenar los pulmones de brisa de mar, saludable y picante. Mientras el sol tomaba posesión de la piel de mi espalda y nariz, llegamos a nuestro primer “stop”. Fuimos invitados a tomar, cada uno, chapaletas, chaleco, máscara, snorkel y saltar al mar. Los tres lo hicimos: Randy, Gus y yo mismo. Chapoteé como un infante un rato y luego me sumergí en el agua y disfruté de una vista marina fantástica. 



Luego de una media hora, regresé a la nave. Otro Aruba Ariba, sabía que ese era el último por aquella tarde, Gustavo ya se había pasado a otros cócteles  y estaba probando todo el pantone de colores, iba por el color azul. Con el Catamarán otra vez en marcha, decidí conversar un rato con Randy. Hablamos de la isla y fútbol. Mientras charlamos, el capitán de Red Sail Aruba, nos informó que la siguiente parada incluía observar un viejo barco hundido en el fondo del mar, y que con nuestras máscaras podríamos disfrutarlo. Así, repetimos la rutina: chapaletas, chaleco, máscara y tubo de snorkel. Esta vez, además de peces, rocas o corales, pudimos ver muy claramente, la estructura que duerme allí, en el mar, hasta el final del tiempo. Luego de ver aquella maravilla sumergida y, de nuevo, chapotear como un niño, volví al Catamarán. 










Feliz con mi ración de mar y sol, comí unos “pinchos” de carne bañados en una salsa ligeramente picante que nos ofreció el capitán, me senté y esperé que fuera el momento de volver. Llegamos de vuelta al muelle, Paula  estaba a punto de llegar por nosotros. Gustavo me hizo uno de los mejores favores del viaje, cuando me dijo “mira, tu hotel está allí. Muy cerca, te puedes ir caminando” Y eso fue lo que hice, volví al Westin, caminando por la orilla de la playa, gozando del momento: final de la tarde. 



Llegué al hotel, entré por la vía playera, tomé el ascensor, subí, entré a la habitación, corrí al balcón y disfruté en otra puesta de sol en Aruba desde allí, Eso si, antes me preparé un café en el cuarto. 

@borisfelipe68

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