lunes, 31 de enero de 2011

Tres lugares para gozar del mediodía

Las mañanas en Aruba están dominadas generalmente, por las actividades al aire libre y en particular las playeras. Quienes quieran gozar del sol y la arena, también en las tardes, deben cargas pilar y recuperar energías con un suculento almuerzo y en la isla sobran los lugares para hacerlo. Nuestro primer “lunch” en Aruba fue en el restaurante Scala, en el Paseo Herencia Mall. 





Resultó un lugar estupendo para probar unas delicias que combinan cocina mediterránea con toques caribeños, allí probamos por primera vez la cerveza Balashi, producida en la isla y premiada en distintos festivales cerveceros alrededor del mundo. El ambiente en Scala es relajado y se puede escoger entre disfrutar de una comida y copas dentro del local, cerca de la barra, tal y como preferimos Paula, Gustavo, Randy y yo mismo o en la terraza. Luego de un par de “balashis” que nos sentaron de manera estupenda y una conversación ligera, con anécdotas sobre fútbol, Paula hablando de su historia celebrando en solitario el triunfo de la selección española en el mundial del año pasado en una isla repleta de fanáticos de la “naranja mecánica”, nos tocó ordenar. 

La pasta abundó sobre la mesa, aunque yo preferí algo distinto, una hamburguesa de pescado. La elección no pudo estar mejor, nada me hizo extrañar el sabor de la carne o algo parecido a cualquier hamburguesa tradicional. Mis amigos y compañeros de almuerzo, tampoco, dejaron de alabar sus elecciones.

En Aruba se debe aprovechar cualquier momento para recibir el sol y la brisa del mar en el rostro, por eso no hay nada como tomar el almuerzo en alguno de los restaurantes de playa de la isla. Dos en particular nos cautivaron: Hadicurari Restaurant y Moomba Restaurant. Hadicurari, se instala justo frente al muelle de la playa del mismo nombre. La frescura de sus pescados está totalmente garantizada, nos tocó ver como un par de meros fueron sacados de un bote pesquero y llevados hasta la cocina. Con ese preámbulo, no quedó duda sobre lo que sería nuestro almuerzo. 






Como entrada aceptamos la sugerencia del encargado y probamos una selección de distintos productos del mar que incluyó: camarones, tataki de atún, un bisque de langosta y pastel de cangrejo. Cuando nada parecía mejorar aquella entrada, alguien sugirió probar el pica de papaya, una “salsa” típicamente arubiana, hecha utilizando la fruta de la papaya y con un sabor muy característico. Luego de rematar las entradas estaba listo para el plato principal, de nuevo, otro surtido: un grupo de mini paninis o sándwiches con varios tipos de pescados como relleno. 

Mientras comía aquellos pequeños panes solo podía agradecer por estar allí y trataba de contar los pasos que separaban mi mesa de la propia orilla del mar, pues el mar sería el mejor postre para ese almuerzo.

Justo al lado de Hadicurari, está el Moomba Restaurant. Hasta allí llegamos un par de días después también a la hora del almuerzo. Moomba es un local playero al cien por ciento, con mesas dispuestas en la propia arena, música que recuerda que se encuentra en el Mar Caribe (el reggae no dejó de sonar durante nuestra visita) y los clientes caminan, con sus trajes de baño húmedos, por los pasillos del lugar. Lo primero que agrada del sitio es el ambiente, aunque el mediodía aún es temprano, allí se siente una predisposición a pasarla bien, celebrar, convertir una comida en una fiesta. Iniciamos con cócteles y cervezas, un “Moomba Blue” para mi, una mezcla de ron añejo, ron blanco, licor de melocotón y jugo de mango. Demoramos un poco para terminar nuestra orden pues cada tanto el “paisaje” de chicas hermosas de la playa nos quitaba concentración. 

Luego de unos minutos lo logramos: las entradas, algo de comida de inspiración mexicana, con nachos, guacamole, queso y fajitas a la cabeza. Muy rico todo. Luego de una breve pausa, las cervezas y los cócteles volvieron a la mesa junto con los platos principales: un sándwich de cangrejo para mi. Con cada mordisco, aproveché mi  vista privilegiada de la playa, para mirar hacia el mar, el cielo en extremo azul, la arena dorada y, por qué negarlo, las chicas en sus trajes de baño. Un dato para apuntar en nuestro block de notas, Moomba, además de ser un restaurante, se convierte en las noches, la de los domingos en particular, en el mejor lugar para la rumba en la isla de Aruba

@borisfelipe68

jueves, 20 de enero de 2011

Aruba sobre ruedas y un guía con voz de canción

Nuestra agenda esa mañana decía: paseo por la isla con DePalm Tours. Varias cosas pasaron por mi cabeza: nos encaramarían en un autobús de un color escandaloso y daríamos vueltas alrededor de toda Aruba con una piña colada en cada mano o nos tocaría seguir a un guía, quien nos pasearía siguiendo su voz salida de un megáfono por playas, calzadas o calles. Esas imágenes quedaron borrados de inmediato al llegar a la sede de DePalm Tours y admirar una flota de vehículos 4X4, dispuestos para ser abordados por Gustavo, Randy, el resto de los visitantes allí convocados y por mí. 


Antes de tomar posesión de los carros, se presentó el líder de la expedición: Erick Brown, un moreno alto quien se dirigió a todos los presentes en inglés con un fuerte acento caribeño. Nos habló de las características del tour: debíamos seguir sus órdenes al pie de la letra, girar donde, cuando y en la dirección que indicara. Eric y su equipo nos dividieron en grupos, cada uno escogió a un conductor para, también, cada uno de los 4X4. A Randy, Gustavo y a mi, nos tocó un lugar privilegiado, el rústico de Mister Brown, no tocaríamos el volante, pero estaríamos a la cabeza de la fila de carros.



El atractivo principal de este recorrido de DePalm Tour, es que se hace abandonando las vías principales de la isla, las carreteras asfaltadas y las rutas para los turistas más “clásicos”. El viaje incluye caminos secundarios, vías rurales y aunque en Aruba no existe ningún gran cerro o elevaciones más allá de unos pocos metros, los carros 4X4 suben algunas cuestas y bajan por algunos barrancos discretos, dándole mucha emoción a la aventura. Nuestra última meta era la “piscina natural” del Parque Nacional Arikok, pero antes, Erick Brown nos condujo hasta otras bellezas arubianas. 



Así, llegamos hasta el Faro California y disfrutamos de una vista de gran parte de la isla y fuimos bañados por el sol del Caribe. Un lugar especial incluido en la ruta fue la Capilla de Alta Vista, construida en el mismo lugar donde alguna vez estuvo el primer templo católico de Aruba, un lugar hermoso, lleno de una luz y paz impresionantes. Allí aproveché para entrar a la pequeña ermita, meditar un poco y agradecer por el viaje a la isla.



Mientras sumamos kilómetros a nuestro periplo la voz de Mister Brown seguía dando indicaciones “Left, right” “stop, go” eran sus predilectas, su acento tan particular, terminó transformado en una voz melódica, casi musical, que nos recordaba nombres como YellowMan, Nando Boom, Shabba Ranks o el propio General. No fue difícil convertir las indicaciones de nuestro guía en canciones: “girando, rodando, subiendo, despacio” Gus, Randy y yo, inventamos algunos temas sencillos, por supuesto. En ese juego estuvimos un buen rato hasta que comenzamos a ver los primeros carteles que nos indicaban la cercanía del Parque Arikok y nuestro destino final: la piscina natural, formada por entre las rocas de ese lugar.






El tramo hasta nuestra última parada fue, sin dudas, el más complicado y donde más se justificó el andar a bordo de los carros 4X4. La destreza y pericia al volante de cada uno de los conductores quedaron demostradas, además de la asistencia diligente de Erick Brown, con su voz de cantante de dance hall y el resto de su equipo. Luego de algunas “subidas y bajadas” llegamos hasta un área abierta allí paramos los vehículos y recibimos instrucciones necesarias antes de sumergirnos en las aguas de la piscina natural del parque Arikok. Gus, Randy y yo, nos armamos con zapatillas especiales para proteger nuestros pies del filo de las rocas, de máscaras, chapaletas y nos zambullimos en las aguas tranquilas de la piscina natural. 






Una hora, un poco más o un poco menos, el tiempo se detuvo mientras nadaba, me sumergía para observar el fondo marino, chapoteaba sobre las rocas, fue como volver a la infancia, a alguna tarde en algún club familiar perdido en mi memoria. Fue grato, además de gozar con el agua, ver a parejas, familias, casi sincronizadas en ese momento de disfrute.

@borisfelipe68

martes, 18 de enero de 2011

La brisa de la playa

Los primeros días en Aruba nos sirvieron para conocer sus playas, la superficie, ese manto azul que cubre toda su costa, También, nos sumergimos vía snorkel o buceo, sentimos su arena bajo los pies, pero aún no conocíamos otro de sus encantos turísticos: el viento. 



Deportes como el kitesurf o el windsurf son perfectos para las playas de la isla. La brisa de allí es suficientemente fuerte para darle impulso a una vela y para empujar un kite. Es constante, con lo que los arrebatos furiosos del aire son poco probables. Nos decidimos por el windsurf, escogimos la playa de Arashi Beach para nuestras lecciones de ese deporte y a los chicos de Aruba Active Vacations como nuestros maestros. 



Llegamos a la hora de la cita, lo primero fueron explicaciones sobre el resto de opciones y paquetes de Aruba Active Vacactions: paseos por toda la costa en bici, landsaling (carros impulsados por el viento gracias a una vela) Luego, notas básicas sobre el viento de Aruba y tips para novatos en materia de deslizamiento sobre el mar. En una de las pausas entre las explicaciones de la joven instructora, Gustavo aprovechó para tomar algunas fotografías, esa mañana estaba, particularmente hermosa, mientras Paula y yo conversamos sentados en la orilla. Mirabamos a quienes ya estaban en el mar con su “tabla” de windsurf. Viéndolos parecía muy sencillo, iban de “un lado al otro” sobre el plato azul del mar. Hablamos, Paula y yo, sobre lo indispensable de vivir bajo un sol radiante, un sol que alumbre y caliente, un que vitalice, un sol como el de Aruba.

@borisfelipe68

jueves, 13 de enero de 2011

Aruba, hasta abajo

Muchas veces hice snorkel antes de visitar Aruba, pero jamás buceo o diving. Hacerlo me llenaba de enormes expectativas y emoción. Uno de mis recuerdos más lejanos, de mi infancia más remota, son las imágenes de la serie de televisión “Mike Nelson, investigador submarino”, una especie de detective de las profundidades azules. En mi familia hay buzos certificados, tíos y primos, así que eso de echarse al mar con un tanque de oxigeno, máscara y chapaletas, suponía, podía estar en mi ADN. 



Llegamos al local de Unique Sports en Irausquin muy temprano. El trato fue en extremo cordial,  Gustavo y yo, literalmente, nos sentimos como en casa. Fuimos atendidos por una tropa de colombianos y venezolanos simpáticos que nos pidieron llenar una hoja con datos personales y preguntas sobre nuestra salud, indispensables antes comenzar con el buceo, también nos dotaron del equipo y nos dieron la primera charla introductorio con los conceptos básicos. Unique Sports está certificada por PADI. Todo esto, mientras cantaban, recordaban sus ciudades natales, bromeaban y compartían su felicidad de vivir en Aruba.


Armados con todo el equipo conocimos a Nina, nuestra instructora, una holandesa quien nos llevó hasta la piscina del Radisson Aruba, donde sería la lección inicial. Randy, nuestro amigo arubiano se incorporó al grupo en ese momento. Debo ser completamente sincero, fui lento y torpe para aprender las nociones básicas, el primer impulso fue sentarme a ver a mis compañeros aprender con las indicaciones de Nina. Sin embargo, la diligente holandesa dedicó los últimos minutos de esa sesión en repasar cada una de las indicaciones solo conmigo, así, en minutos estuve listo para mi primer “buceo”. 





Con la clase aprendida, todos, subimos a la lancha que nos llevaría hasta el punto de nuestra primera inmersión. En el camino iba, mentalmente, repasando las indicaciones de Nina, como respirar, como hacer pasar el tupo del oxigeno por mi hombro derecho, la importancia de verifica el nivel de mi oxígeno en el tanque, como vaciar de agua de mi máscara y mi boquilla de oxígeno, como desplazarme dentro de agua sin mover los brazos. En eso estaba cuando la lancha se detuvo. Allí recibimos la última lección, como saltar al agua. Poniendo un pie adelante y dejándose caer, y así lo hice, en segundos estaba listo para poner en práctica todo lo aprendido esa mañana. Le quité un poco de aire a mi chaleco y comencé a bajar, bajar y bajar. Gustavo y Randy hicieron lo mismo. 






La sensación del buceo es imposible reproducirla en palabras. Paz, belleza, curiosidad, todas emergen de una mientras uno se hacer parte de la coreografía del mar. Luego de unos minutos, subí a la lancha y esperé al resto del grupo .Todos emergieron del mar con caras de satisfacción, hablando con emoción de cada detalle de la pequeña aventura, el trabajo del equipo de Unique Sport estuvo a la altura, seis nuevos prospectos de buzos encantados. Nina y la tripulación estaban felices, rieron con nosotros, todos cumplimos con nuestro propósito, conectarnos con el mar de Aruba, pero en lo profundo.








@borisfelipe68

martes, 11 de enero de 2011

“Vamos a la playa, oh, oh, oh”



Apenas se sale de la vía del aeropuerto y se entra a la ciudad, la costa de Aruba se convierte en una compañera de ruta, siempre a un lado con sus aguas azules, su arena limpia y blanca. El acceso a las playas arubianas es gratuito, no importa si se trata de balnearios, costa abierta u hoteles, ese pedazo de mar es para disfrutarlo. Arashi Beach está muy cerca de uno de los “extremos” de la isla, próximo al Faro California. Por los lado de Arashi, no es difícil practicar deportes como el kite o el windsurf. A minutos se encuentra Eagle Beach, una de las preferidas por la gente local. Para llegar hasta “la playa del águila”, solo hay que dejar el auto cerca de la orilla y caminar unos metros.  Un poco más lejos está Baby Beach, con un oleaje mucho más tranquilo y una brisa benévola, Baby Beach es perfecta si se quiere ir a la en “plan tranquilo”. Aunque en muchas de las playas de Aruba se puede disfrutar de una buena sesión de buceo, Boca Catalina, es uno de los mejores lugares para hacerlo, los fanáticos de este deporte tienen allí una escala obligada.



Una tarde espectacular

Teníamos horas mirando las playas desde la ventanilla del carro, yo con un poco más de suerte tenía el recuerdo de la vista de mi pequeña terraza del Westin Hotel. Tanto observar aquel sol, esa arena y el agua bellísima, había creado en nosotros la necesidad de meternos de cabeza en esa sábana azul del Caribe. Nuestra primera oportunidad llegó cuando Paula nos dejó en el muelle, acompañados de Randy, otro arubiano de simpatía espectacular y con quien hicimos “llave” de inmediato. Con Randy esperamos la llegada del Catamarán de Red Sail Aruba. El sol apretaba en el cielo y la embarcación nos esperaba en el agua. La tripulación, un capitán y sus asistentes nos recibieron con una explicación sobre los puntos que visitaríamos y las actividades que ejecutaríamos: podríamos nadar a mar abierto, hacer un poco de snorkel, tomar sol en la parte descubierta del Catamarán, comer unos aperitivos y gozar de la barra libre ¡todo el trayecto! 



Para continuar con lo que ya iba rumbo a convertirse en una tradición y un homenaje a la isla Gus y yo degustamos una “ración” de Aruba Ariba, Randy prefirió tomar solo uno. Rumbo a nuestra primera “parada” en la costa, gozamos de la vista: un mar limpio y no demasiado agitado. Otro Aruba Ariba y ya había ambiente. Salimos a la cubierta a llenar los pulmones de brisa de mar, saludable y picante. Mientras el sol tomaba posesión de la piel de mi espalda y nariz, llegamos a nuestro primer “stop”. Fuimos invitados a tomar, cada uno, chapaletas, chaleco, máscara, snorkel y saltar al mar. Los tres lo hicimos: Randy, Gus y yo mismo. Chapoteé como un infante un rato y luego me sumergí en el agua y disfruté de una vista marina fantástica. 



Luego de una media hora, regresé a la nave. Otro Aruba Ariba, sabía que ese era el último por aquella tarde, Gustavo ya se había pasado a otros cócteles  y estaba probando todo el pantone de colores, iba por el color azul. Con el Catamarán otra vez en marcha, decidí conversar un rato con Randy. Hablamos de la isla y fútbol. Mientras charlamos, el capitán de Red Sail Aruba, nos informó que la siguiente parada incluía observar un viejo barco hundido en el fondo del mar, y que con nuestras máscaras podríamos disfrutarlo. Así, repetimos la rutina: chapaletas, chaleco, máscara y tubo de snorkel. Esta vez, además de peces, rocas o corales, pudimos ver muy claramente, la estructura que duerme allí, en el mar, hasta el final del tiempo. Luego de ver aquella maravilla sumergida y, de nuevo, chapotear como un niño, volví al Catamarán. 










Feliz con mi ración de mar y sol, comí unos “pinchos” de carne bañados en una salsa ligeramente picante que nos ofreció el capitán, me senté y esperé que fuera el momento de volver. Llegamos de vuelta al muelle, Paula  estaba a punto de llegar por nosotros. Gustavo me hizo uno de los mejores favores del viaje, cuando me dijo “mira, tu hotel está allí. Muy cerca, te puedes ir caminando” Y eso fue lo que hice, volví al Westin, caminando por la orilla de la playa, gozando del momento: final de la tarde. 



Llegué al hotel, entré por la vía playera, tomé el ascensor, subí, entré a la habitación, corrí al balcón y disfruté en otra puesta de sol en Aruba desde allí, Eso si, antes me preparé un café en el cuarto. 

@borisfelipe68

viernes, 7 de enero de 2011

Vivir de la pesca

Herby es un arubiano fanático de la pesca y esa pasión, justamente, es la razón por la que decidió abrir un restaurante, el Driftwood, lugar que hoy maneja junto a su familia. El nombre no puede ser más apropiado, el material y el diseño del lugar imitan a una “ranchería” de pescadores. La madera cruda, la parafernalia marina, los hilos de red y otros elementos, disparan la imaginación de los visitantes, quienes, seguro, se sienten próximos a partir a una aventura en altamar y es que los propietarios del Driftwood, quieren, sobretodo, que cada uno de los clientes se sienta navegando, para completar ese mundo de sensaciones, los pescados que allí son saboreados son sacados del mar, cada día, por la familia de Herby, garantizando su frescura y su rico sabor “a Caribe”. 





Este viejo pescador no solo sirve en sus mesas lo que “toma” del océano a diario, también organiza en sus propios botes y lanchas, expediciones para quienes quieran, como el, sacarle el jugo al mar. La noche que visitamos el Driftwood, era especial: el local está repleto de jóvenes estudiantes, acompañados por sus profesores. En Aruba es común que el último día de clases de cada año, en diciembre, se reúnan los chicos con sus maestros en una cena emotiva y alegre. Las mesas estaban llenas de chicos y chicas con sus mejores galas: ellas bellas y arregladas. Ellos, nerviosos por la cercanía de tanta hermosura. Además de la captura diaria de pargos, meros y otras especies, otra característica del local es el Pan Bati, pan típico arubiano horneado y muy rico. 

Después de comer algunas raciones de Pan Bati, decimos ordenar, en un lugar como ese, consagrado a la pesca, es imperativo comer alguna delicia marina. Me decidí, de entrada, por una sopa de pescado. Fue la mejor manera de prepararme para lo que vino después: una “torta” de cangrejo. La carne blanca del crustáceo dentro de aquel pastel resultó muy rica y su leve toque picante fue simplemente extraordinario. Mientras comía los último bocados de mi “crab cake”, trataba de adivinar cuántas horas fuera del agua tendría mi cena o la forma que fue capturado ese cangrejo o la forma como llegó de la lancha de Herby hasta la mesa. Ese tipo de fantasías y pensamientos pueden ser corrientes en un lugar como Driftwood.

@borisfelipe68

miércoles, 5 de enero de 2011

Un tesoro no tan sumergido en el mar



Hace años los Ellis compraron una casa para ellos y sus hijos, un domicilio construido utilizando el estilo tradicional de Aruba. Con los años decidieron mudar hasta allí su negocio familiar: el restaurante Papiamento. Mucho del diseño original de la vieja residencia de los Ellis se mantiene casi intacto hoy. Se puede pasear o hasta comer en viejos cuartos o estudios. La antigua sala comedor donde la familia se reunía para sentarse a la mesa es una especie de salón VIP que recibe a invitados tan especiales como la propia Reina Beatriz de Holanda. 




El mejor acompañante para una casa con tanta tradición es una cocina donde abundan los platos originales de Aruba, nuestra decisión para comenzar con la cena en Papiamento fue un Keshi Yena (queso relleno) una preparación arubiana típica que incluye, queso, por supuesto, pollo, carnes rojas, tomates, pasas y aceitunas, entre otros. El Keshi Yena fue el mejor preámbulo para un manjar exquisito: mero cubierto por almendras tostadas. Aquella carne marina combinada con un puré de batatas y vegetales de la isla, fue como subir al cielo por unos segundos. Mientras me aplicaba disfrutando aquella delicia, nuestras amigas Paula y Jo-Anne, conversaban sobre las respectivas recetas de sus madres para preparar Keshi Yena. 
Del pescado con almendras, pasamos al postre y del postre al café, en mi caso. Gustavo, repitió su hábito de rematar cada cena con un rico té. 




La conversación y sobremesa se prolongó prácticamente hasta que el restaurante se encontró vacío, en ese momento recibimos una invitación: conocer a Eduardo Ellis Junior, chef de Papiamento e hijo de los fundadores del lugar. El encuentro fue en la bodega de vinos, un auténtico tesoro en la isla de Aruba, pero no enterrado en las profundidades del océano. Eduardo nos recibió con una amabilidad entrañable y una botella de tinto argentino. El aroma del caldo y su sabor aflojaron nuestras lenguas y la conversación, como no, giró en alrededor de las casi 300 “marcas” distintas de vinos del restaurante: blancos, tintos, espumantes, rosé. Californianos, chilenos, australianos, africanos, españoles, argentinos, estos últimos parecen ser los favoritos del anfitrión de la familia Ellis. 




De la reserva de vinos  pasamos a la casa, caminamos por cada rincón y en cada uno Eduardo nos contó alguna pequeña historia de su infancia, de su familia. Vimos viejas fotos de sus abuelos, imágenes en blanco y negro. Cuando nos tocó despedirnos de aquel refugio de recuerdos y sabores, recibimos otro obsequio, una libro de historias y recetas de la cocina de Aruba. Camino al hotel no pude resistir y busqué la receta del Keshi Yena, la leí y repasé su dificultad, tal vez pueda convencer a J que algún día prepare ese plato tan delicioso.

@borisfelipe68

lunes, 3 de enero de 2011

Mi casa es tu casa

Dedicarse al negocio de la restauración no es una decisión sencilla, atender el gusto de la gente es un trabajo que exige mucho. Vigilar detalles, comprar insumos, seleccionar el personal idóneo, confeccionar una carta atractiva, pueden resultar tareas mal resueltas si no se suma un detalle a cada una o como diría un gerente listo: si no se agrega valor. ¿Existe algo más especial, entonces, que visitar un restaurante manejado de forma familiar? Un local donde laboran padres, madres e hijos, desde la preparación y cocción de los platillos hasta la selección del mobiliario. ¿Y si, además, esas madres, padres o hijos abren las puertas de sus casas y las convierten en restaurantes en un acto de gentileza y generosidad? Visitamos tres lugares para disfrutar de  cenas inolvidables, locales donde recibimos un abrazo familiar con sabor a Aruba.





UN VIEJO ANCLADO EN LA ORILLA





“El hombre nunca está perdido en el mar”, se puede leer en el libro “El viejo y el mar” escrito por el norteamericano Ernest Hemingway. Con el mismo nombre, pero en su inglés original, The Old Man and the Sea, funciona en la zona de Savaneta de Aruba un restaurante extraordinario, donde se juntan, una locación hermosa en la propia orilla del mar, una atención dedicada y el cariño de una verdadera madre. Para entrar atravesamos la gran puerta de madera, al hacerlo Paula nos susurró” esta era una casa residencial” Desde ese momento busqué detalles que confirmaran que allí, efectivamente, vivió alguien, lo que encontré fue a una mujer cuyas historias dejaron mi paladar satisfecho de sabores y de historias hermosas. 




“Me gusta la historia del libro “El viejo y el mar” Es una historia de perseverancia. La vida recompensa a quien perseveran”, con esas palabras abrió nuestra charla la propietaria del restaurante. No me quedó más remedio que mirar alrededor: mesas instaladas en la propia orilla de la playa, arena tibia debajo de mis pies, un par de pérgolas “íntimas” con mesas y su muelle mínimo particular cada una, y una brisa marina encantadora, todo con la luna de Aruba como celadora, una recompensa extraordinaria para esta mujer que decidió convertir su vieja casa familiar en un restaurante. Con mucho cuidado en los detalles, esta mujer transformó cuartos, salas, antiguos comedores y los adornó con piezas de su propia inventiva: convirtió botellas en lámparas, pianos en decoración, pintó con sus propias manos platos y menús (cada una de las cartas está coloreada sobre un lienzo por ella misma) Más allá de todos esos detalles, sus palabras son elocuentes, “el único lujo de este sitio está aquí afuera” señalando esa noche arubiana. 




Cuando nos tocó escoger entre las opciones de la carta, con los pescados en rol principal. Para mi, entrada compuesta por ostras (el ligero toque picante merece una mención) y luego como plato principal una pasta acompañada con una salsa hecha utilizando mejillones, almejas y otros moluscos. Cada bocado era acompañado por un comentario acertado de la dueña: como se escogen los platos que se ofrecen a los clientes, la cantidad de parejas que reservan las pérgolas para celebrar peticiones de matrimonio, lunas de miel y aniversarios. El momento del café, fue para la mejor confesión de la noche “A veces, la gente se queda hasta muy tarde, nosotros no podemos decirle a nadie que se vaya porque vamos a cerrar. Cuando eso pasa, le damos la llave y le decimos como cerrar el local y donde dejar la llave” ¿Alguna duda, entonces, que visitar The Old Man and the Sea, es como ir hasta la casa de una tía muy querida?





@borisfelipe68