jueves, 16 de diciembre de 2010

Aeropuertos, islas y esperas

Unos días atrás le comenté a mi amigo G que en realidad no me gusta viajar. Su mirada incrédula me obligó a explicarme mejor: aunque conocer lugares nuevos o visitar otros por segunda o tercera vez, están dentro de mis actividades predilectas, me resulta en extremo desagradable esperar y en particular en los aeropuertos, ni hablar de volar en un avión, esto último puede desatar cada una de mis neurosis de manera irremediable. Por eso, mi primera pregunta al saber que viajaría hasta Aruba fue ¿cuánto demora el vuelo? Cuando recibí la respuesta, respiré tranquilo, muy tranquilo: treinta y cinco minutos. Un poco más de media hora entre la ciudad donde vivo y una isla en el Caribe. Treinta y cinco minutos entre el ruido y el descontrol de Caracas y una oferta turística que incluye playas, buena comida y diversión. La cosa pintaba bien. Así, la primera prueba estaba superada, el vuelo sería corto, muy corto.




Cuando digo que no me gustan los aeropuertos no exagero, no les encuentro ninguna gracia, me resultan fríos, sin personalidad, como un enorme, gigantesco ascensor donde nadie mira a los ojos y la cortesía es, sobretodo, fingida, al igual que casi nadie se comporta naturalmente en un ascensor, tampoco lo hacen, generalmente, en un aeropuerto. Por eso, cuando comencé a caminar por el Aeropuerto Reina Beatriz de Aruba, estaba preparado para mi dosis de “conducta de aeropuerto”. El Reina Beatriz es pequeño, puedes atravesarlo muy rápidamente, en pocos minutos estaba a metros de la salida, mientras esperaba mi maleta noté que quienes estaban allí sonreían, hablaban naturalmente, no había caras largas ni mucho menos. Cuando tomé mi equipaje y me dirigí hasta el punto último del aeropuerto pensé “ahora viene la inspección de aduanas, las preguntas incómodas, la tensión”. Pero no fue así, el funcionario uniformado fue, de nuevo, cortés, con una tranquilidad sorprendente hizo un par de preguntas y ni siquiera mis respuestas torpes cambiaron su humor. Tomó mis contestaciones como válidas, me mostró los dientes mientras reía y listo, ya estaba, oficialmente, en Aruba. Segunda prueba, superada, no tuve que hacer una espera eterna e insoportable en el Reina Beatriz. En ese momento fue justo hacerme una interrogación ¿será que este viaje echará por tierra todas mis opiniones sobre aviones o aeropuertos? No sabia lo próxima que estaba la contestación.




“Boris Felipe” leí sobre un cartón impreso, por supuesto, supe que  la persona que lo portaba estaba allí para recibirme. Era una chica, delgada y alta. La saludé y ella devolvió el gesto. Escuché su español con un acento colombiano marcado. Se presentó: Paula Ochoa. Le pregunté ¿eres colombiana? La respuesta fue un cañonazo de orgullo isleño “no, soy de aquí, de Aruba. Nací y fui criada aquí, mis padres son de Medellín, pero soy de Aruba” su simpatía se mantenía intacta. Transcurrieron algunos minutos, conversamos mientras yo miraba el sol detrás de una pared de cristal, mientras yo escuchaba a gente hablar en papiamento, mientras miraba el color azul del cielo, mientras miraba a gente caminar sin apuro por el aeropuerto, gente con sandalias, pantalones cortos, camisetas ligeras. En un momento, Paula preguntó ¿te importa esperar a Gustavo, viene desde Bogotá? Le respondí, “no, no me importa, esperemos” Así, ocurrieron dos cosas, estuvimos media hora más en ese lugar y yo, por primera vez en mi vida, esperé en un aeropuerto sin irritarme. Aruba comenzaba a hacer efecto en mí, entendí cabalmente lo de “One Happy Island”. 

@borisfelipe68

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