jueves, 23 de diciembre de 2010

Un renacimiento con lujo

Después que Paula Ochoa pasara por nosotros al aeropuerto Reina Beatrix, a 5 minutos de este se encuentra el hotel donde me hospedé; el Renaissance.  Algo realmente impresionante, te bajas del auto y lo primero que ves es una tienda de Ermenegildo Zegna! El Hotel está divido en dos partes, la primera que lastimosamente no conocí, (pero una noche me pegué una escapada y caminé por los alrededores de este que es el Renaissance Ocean Suites y la otra parte que es el Renaissance Marina Hotel.





Me hospedé en el  Marina en la habitación 1351. El hotel está a los negocios netamente, y tiene todas las comodidades posibles para esto. Es un hotel en el que no pueden hospedarse niños, para eso está el Ocean Suites.  Volviendo a la habitación, el mío tenia justamente vista hacia el otro hotel, pero tuve la suerte de despertarme un día muy temprano y ver el amanecer arubiano, el cual se vio perfecto desde donde descansé a mi llegada. Las habitaciones están equipadas con todo lo necesario para un descanso confortable y nada que hacer, hay que hablar de las camas, que son magníficas.





Te hospedas siempre a partir del tercer piso, porque el primero y el segundo es un Centro Comercial, que si mi cerebro no me falla en lo que vio, es el más lujoso de Aruba, solo por nombrar algunos  almacenes del mismo, encontramos Louis Vuitton, Ermenegildo Zegna, Starbucks, Tommy Hilfiger, Gucci y Salvatorre Ferragamo entre otros.




Las zonas comunes del hotel que básicamente eran la piscina y el bar, realmente preciosos, ubicados en el segundo piso tenías como vista a todos los cruceros que parqueaban todos los días en la isla. El servicio en la isla impecable y el restaurante del hotel con una gran variedad de alimentos.




El Renaissance Marina, es un hotel que no tiene playa, pero tiene algo más interesante, el complejo Renaissance tiene una isla privada, el único hotel que conozco que tenga estas características. En el primer piso al lado de los Starbucks con una frecuencia muy alta pasan pequeños barcos y te llevan a la isla. Un día de nuestra apretada y fabulosa agenda que teníamos en Aruba. Tenía un tiempo de sobra pequeño que decidí usar para ir a la isla. Tomé mis cosas y bajé para tomar el bote. Tienes que tener tu llave del cuarto o de lo contrario no puedes ingresar a éste. Pasé el chequeo y tuve la suerte de que no había nadie más, así que el barco fue solo para mí. Posiblemente para mí el recorrido del Marina a la isla privada haya sido la experiencia más bella que tuve en la isla. El viento, el sol y el mar hacían este recorrido uno de los más agradables en mi vida.




No tenía mucho tiempo, tendría que volver al hotel muy pronto, nuestra última cena en la isla se acercaba.  Cuando entré en la isla lo primero que hice fue dirigirme a la playa de las garzas, por la hora los mosquitos hicieron de mí su cena, pero la verdad no me importó, las garzas, el mar y el atardecer un rato demasiado bello, lastimosamente corto. Mire mi reloj, ya casi era hora de volver, caminé y recorrí el resto de la isla, no podía dejar de hacerlo, llegué a la otra playa, la playa de los papagayos,  la cual tiene su restaurante, seguí caminando y encontré el lugar de deportes acuáticos, luego el gimnasio y por último la cancha de tenis, ésta al ser de pasto me remitió a Pete Sampras en sus múltiples victorias en torneos de Wimbledon. El tiempo no era mi amigo, y comencé mi camino de retorno al embarque es hora de volver al hotel, bañarse y salir a cenar.




La isla, su restaurante, las tiendas del Centro Comercial entre otras cosas hacen que la estadía en este hotel estén llenas de lujo, por último un agradecimiento especial a Mildred Theijsen, coordinadora de ventas del hotel quien siempre estuvo pendiente de mi estadía y el tiempo que invirtió contándonos sobre este maravilloso hotel.




@GusPerdomo

lunes, 20 de diciembre de 2010

Orgullo insular

El turismo es la principal actividad económica de Aruba y lo notas apenas pisas la isla. Su costa, playas, paisaje en general, están a la vista para que los visitantes los disfruten. Sin embargo,  no solo el turismo merece una mención, dos productos originales del lugar nos llamaron la atención. De uno teníamos una pequeña noción antes de llegar hasta allí, el otro fue una sorpresa altamente gratificante. Nos emocionó el orgullo con el que los arubianos se refieren a ellos y, sobretodo, como los recomiendan sin ninguna reserva.

RECUERDO EL OLOR DEL TABACO

El abuelo de mi padre llegó a Venezuela desde las Islas Canarias siendo un hombre ya “grande”, cambió su isla original por otra: Margarita. Allí, tal vez, para no olvidar el hogar dejado atrás, sentir un vínculo con su tierra natal o para seguir con una tradición canaria de siglos, reservó un espacio de su casa para sembrar y cultivar tabaco. Muy pequeño me paseaba entre las hojas de tabaco seco que mi bisabuelo colgaba en un pequeño ranchito construido detrás de casa. También, recuerdo, al viejo sentado armando pequeños cigarros con sus propias manos y cuchillas. Esas memorias tan remotas y placenteras de mi infancia, volvieron a mi, la mañana que visitamos Aruhiba, la pequeña, pero muy potente “fábrica” de cigarros de Aruba. 




Allí encontramos todo lo indispensable para manufacturar unos “habanos” extraordinarios. El olor inconfundible y penetrante del tabaco seco es irresistible, existe un encanto en el hábito de fumar esos “artículos”, un toque de elegancia, por qué no decirlo. “Atendido por su propio dueño” nunca fue más acertado que en el caso de Aruhiba. Las manos de Benjamin, propietario de la marca, toman las hojas, las tocan, las acarician y las convierten en los distintos cigarros que conforman la oferta de su marca. Benjamin nos explicó todo el proceso, nos mostró las “matas” de tabaco, el proceso de secado, el corte y como broche de oro nos “torció” un cigarro como regalo. Ese puro lo guardamos para disfrutarlo junto a un buen ron del Caribe. Antes de salir de Aruhiba, pasé otros minutos mirando el lugar, tratando de conservar ese rico olor un buen rato en mis pulmones. La imagen de Benjamin cortando pequeñas hojas, de nuevo, me puso en mis recuerdos de infancia. Gracias Aruhiba, por ese momento y por una “fumada” exquisita.




LA PLANTA MILAGROSA

Así llamaba mi abuela paterna a la sábila, conocida en todo el mundo como la planta de aloe. Y mucha razón tenía mi vieja Candelaria. Funciona para las quemaduras de piel, el cabello, la digestión, el catarro, la constipación y algunas otras cosas. Me sorprendió, que además de distintas marcas sólidas de productos de aloe,  exista en Aruba un museo y un paseo dirigido para conocer cada uno de los pasos de esta industria. Desde 1890, esta planta se explota comercialmente en la isla y de un remedio rudimentario para los males del estomago mutó a los productos que hoy conocemos en marcas como Aruba Aloe, Dessert Bollom o Island Remedy. Nuestro paseo por la planta y museo inició con un video de inducción muy bien presentado, seguimos con una muestra “en vivo” de las hojas de la planta de aloe. 




Cuando nos tocó ver como una chica diligente sacaba el gel vegetal, rememoré cuando mi abuela disparaba indicaciones para que colocaran esa baba traslucida en los hombros y cachetes de sus nietos, rojos e hinchados, por el sol de la playa. Recorrimos cada uno de los rincones de la fábrica y, otra vez, sentimos el orgullo con el que los empleados se dedican a clasificar hojas, extraer su esencia y por supuesto elaborar decenas de productos. Al concluir el el paseo, Gustavo y yo, pasamos a la tienda donde cada uno de los visitantes puede adquirir cualquiera de los productos de las diferentes marca del aloe arubiano. Cargamos el morral, sobretodo, con distintas aplicaciones para la piel. Ya en el carro junto a Paula repasé una de las frases del video de inducción que acabamos de ver: “Aruba Aloe es para nosotros, lo que Coca Cola es para Norteamérica”, si eso no es auténtico orgullo, nada podría serlo.




@borisfelipe68

Las camas del cielo y litros de café

¿Escribí antes que no me gusta viajar? Los aviones y aeropuertos, me resultan poco menos que una tortura. Pero algo que gozo como un niño pequeño son los hoteles. Me encanta que todo esté en su sitio, que nada sobre y que nada falte, para eso un buen hotel resulta casi perfecto. Cuando le dije a J que llegaría al Hotel Westin de Aruba, prácticamente gritó “las camas de ese hotel son lo máximo”. No tuve mucho tiempo para disfrutar de los colchones tan recomendados por J, al llegar apenas pasé unos minutos en mi habitación, lo justo para arreglarme e ir a cenar en el restaurante Windows on Aruba.

Una comida extraordinaria, un par de Aruba Ariba y una copa de un buen tinto chileno prepararon mi cuerpo para el sueño. Luego de repasar rápidamente la agenda de la próxima mañana bajé del carro de mi anfitriona y atravesé el lobby del Westin. Tomé el ascensor y pulsé mi piso. Cuando escuché “la voz inteligente” del elevador decir “sixteen floor” supe que entre las famosas camas y yo quedaban unos pocos metros. Entré a la habitación, guardé el cambio de ropa en el armario y me sumergí, no exagero, en el colchón. Apenas tres cosas registró mi memoria después de ser abrazado por las almohadas: recuerdo uno, debía levantarme temprano para tomar el desayuno en el hotel. Recuerdo dos, era imperativo aprovechar el “Ocean View” de la habitación para observar como el sol estalla sobre el mar en el amanecer arubiano. Recuerdo tres: en cada cuarto del Westin hay una dosificación de “coffee pods” de Starbucks y una cafetera a disposición y, por supuesto, ese café delicioso sería parte de mi despertar al día siguiente.




Levantarme de la cama fue difícil, pero debía hacerlo: el sol asomando por el balcón de la habitación y el olor de los pods de café me convencieron. Quedé prendado de esa vista desde mi habitación. Luego de unos treinta minutos enganchado con el azul del Caribe y dos tazas de café, estaba listo para la ducha y el desayuno en el Westin.

El desayuno en el Bon Bini Restaurant del hotel fue una experiencia, comer auténticos waffles con sirope, nueces, rayadura de coco fue como regresar a la infancia más feliz. El resto del grupo, Paula, Gustavo y Diego García, gerente de ventas del hotel, disfrutó de platos de frutas, omelets, bagels, quesos, fiambres, todo acompañados por generosas dosis de jugos de manzana, naranja, cramberries y café. La “primera comida” para la gente del  Hotel Westin es algo serio, por eso incluyen en su menú el concepto de Super Foods, alimentos que ayudan a conservar nuestro peso y salud con muchos antioxidantes. No pude quedar más satisfecho, estaba listo para “dar una vuelta”, se me antojó comenzar por la playa, el rastro de caras  felices y toallas playeras me indicaron el camino.




Al poner los pies sobre la arena mi reacción fue inmediata, quise pasar allí el resto de la mañana, disfrutando de ese sol de antes del mediodía, de ese aroma penetrante de sales y minerales marinos y, sobretodo, sabiendo que los empleados del hotel estaban allí para consentirme, si ese es el concepto del Westin, consentir, ya lo tenía perfectamente captado. Mientras disfrutaba de un jugo de frutas, sin moverme de mi tumbona, entendí que absolutamente todo estaba a la mano en la playa del hotel. Bebidas, alimentos y demás, se pueden disfrutar sin moverse ni un centímetro. Para completar ese gozo de la playa hay una oferta de servicios y entretenimiento para los huéspedes: deportes acuáticos, buceo, windsurf y paseos en el mar. Cerca de las doce del día, decidí levantarme, por fin, de la playa. Una ducha rápida para quitar el agua del mar, la arena y estaba listo para una sumergida en la enorme piscina del hotel. Antes de volver a mi habitación decidí entrar al gimnasio para verificar las máquinas disponibles, si seguía con esa rutina de buenas y profusas comidas y horas “tirado” en la playa iba a necesitar alguna rutina de ejercicios. El gimnasio del Westin era perfecto, abierto 24 horas, se puede usar tarde en la noche, solo utilizando la llave de la habitación.



En el ascensor camino a mi habitación, noté a una pareja cuya emoción por estar en el hotel era evidente. No pude contenerme y pregunté sobre su alegría. Vivian en Estados Unidos y eran fanáticos del ejercicio físico y las experiencias al aire libre. Por su paquete “all inclusive” del Westin prácticamente no necesitaban salir del lugar, además, estaban hospedados en una de las habitaciones cuya provisión incluye  aparatos para ejercitar el cuerpo, sin necesidad de salir del cuarto, para ellos, un par de deportistas aficionados, era un verdadero paraíso.

Ya de vuelta en mi habitación recordé a la pareja del ascensor, sus caras de satisfacción, los diez restaurantes del hotel, el casino, el resto de los servicios y entendí que el Westin Hotel, era una parte importante  de mis días en Aruba. Me quité las sandalias, preparé un poco de café y fui hasta el balcón a ver el atardecer. Desde mi pequeña terraza pude ver a los primeros huéspedes que se acomodaban en Azzul, el restaurante que cada tarde se “arma” en la orilla de la playa, solo para disfrutar de la puesta del sol. En un momento quienes se sentaban con una copa de vino blanco en Azzul, y  yo, nos sincronizamos en la misma emoción, de nuevo, nos quedamos sin palabras, viendo como el día en Aruba cambiaba sus ropas y se vestía de noche.

@borisfelipe68

viernes, 17 de diciembre de 2010

Aruba vistas, balcones y ventanas

Como mi vuelo hacia Aruba se retrasó más de tres horas, al llegar, tuve muy poco tiempo para prepararme para mi primera cita. Puse la maleta sobre una de las camas de la habitación del Westin, la abrí mientras miraba como el día se despedía de mi, apagando lentamente el sol, cosa que pude disfrutar gracias al Ocean View de mi habitación, una vista exclusiva del mar para los huéspedes del hotel. Tuve los minutos suficientes para tomar una ducha, componer algo de mi apariencia: vestir una camisa y calzar unos zapatos fue una sugerencia oportuna hecha por Paula. En menos de media hora estaba listo y esperando en el lobby del hotel. ¿Cuál era la actividad de mi primera noche en Aruba? Una cena en el restaurante Windows on Aruba del Divi Links resort de la isla.


Al llegar al Windows on Aruba hicimos un pequeño preámbulo en el bar del lugar, extraordinaria decisión. Allí acepté la recomendación de mis acompañantes, un grupo conformado por amigos de  la Agencia de Turismo de Aruba y la Asociación de Hoteles de Aruba y pedí un Aruba Ariba, el cóctel bandera de la isla, compuesto por una mezcla de hasta cuatro licores. Dulce y fuerte a la vez, refrescante y peligroso, con un par de sorbos entendí cabalmente porque es la bebida perfecta para recibir a los turistas. Con la copa de Aruba Ariba completamente liquidado, estaba listo para pasar al comedor. Mientras caminamos hacia la mesa pude echar una mirada al restaurante: elegante, sin lujos excesivos, decorado con algunas piezas de arte, un detalle llamó mi atención en particular: sus lámparas. Pero a la decoración y el diseño del local, se sumó el elemento distintivo del Windows on Aruba: la vista. Nunca un nombre para una locación fue más justo, desde todas las mesas del sitio se puede disfrutar de una vista espectacular del campo de golf del Divi Links, un campo de nueve hoyos que es orgullo de la isla. El pasto verde y cuidado parece una fotografía enorme dispuesta allí, solo para que los visitantes la disfruten, mirar a través de las ventanas del Windows on Aruba, puede ser el aperitivo o el postre perfecto de cualquier comida allí.


Me costó escoger con que comenzar, mientras miraba una y otra vez el menú, Gustavo se adelantó y ordenó un delicioso vino de Chile, un tinto, perfecto para acompañar mi entrada: Atún y Teriyaki. La presentación y mi cara de satisfacción convencieron al buen Gustavo de probarlo. “Yo nunca como pescado, pero ver tu atún me provocó” fueron sus palabras mientras compartimos una porción de ese teriyaki. El ambiente, la conversación con mis nuevos amigos arubianos, la vista al campo de golf, otro Aruba Ariba que se coló de manera extraordinaria con el vino escogido por Gustavo, a esas alturas mi primera noche en Aruba era casi perfecta, aunque faltaban el plato principal, el postre y otros detalles. A mi entrada le siguió un Róbalo y Risotto: pescado acompañado de un Risotto de espinacas, salsa de langosta y camarones, en pocos segundos estuve en el cielo. Comer así, con tanta satisfacción y gozo, provoca una felicidad inmediata y la felicidad provoca fantasías. Así, me imaginé a mi mismo jugando en el campo golf, triunfando luego de marcar un nuevo record en esos nueve hoyos y celebrando con un Brunch y mimosas  un fin de semana cualquiera, en el Windows on Aruba. La voz de Paula me volvió a la realidad: ¿Alguien quiere postre? Era, literalmente, la guinda del pastel. El Chef de Postres del Aruba on Windows, es un talento reconocido y premiado por sus creaciones y una me llamó la atención en particular, el “Banana y pasión”. Un mousse de bananas, acompañado por marshmallow, torta de banana y nueces, una salsa y crema de fruta de la pasión. Luego del postre, volví a mis fantasías: otra vez, jugaba golf, combinada copas de Aruba Ariba y Mimosas y jamás, nunca abandonaba Aruba.

@borisfelipe68

Se habla mundo

Nunca antes escuché hablar en papiamento, sabía que es una mezcla de varios idiomas, casi todos los que se usan en el Caribe. “Aruba Bon Bini” era lo único que podía pronunciar antes de mi visita a la isla. En mis primeros minutos en Aruba solo escuché palabras en castellano y algunas en inglés. Mientras esperaba la llegada desde Colombia de mi compañero de viaje: Gustavo, me dediqué a mirar el sol detrás de los vidrios del aeropuerto y también el aspecto de quienes atravesaban la puerta de llegada y la pinta de las personas que estaban allí para recibir a sus familiares, amistades o conocidos. Un grupo de asiáticos, por su número, me llamó la atención, pensé que se eran turistas, pero un dato me sacó de esa primera idea, seguro, era gente local, los más pequeños se acercaron hasta la pizarra de información de las distintas líneas aéreas, llegaron hablando en algún idioma del oriente lejano, pero en el momento de contar los vuelos, sus números me sonaron como los del castellano, me sentí cómodo, supe que comunicarme con los arubianos sería una tarea sencilla.




A las pocas horas de estar en Aruba descubrí varias cosas con relación a su idioma, el papiamento: es sensual, en extremo musical, no me sorprende que los arubianos sean bailarines extraordinarios, que sus primeros ensayos para acomodar el cuerpo a los ritmos del Caribe sean escuchando los arrullos de las madres. Es una lengua alegre, con un ritmo próximo al portugués, aunque comparte muchas palabras con el español , también se nota una fuerte influencia del holandés con algo de inglés y francés, por esa razón quizás, a los hijos de Aruba se les hace tan sencillo “saltar” de idioma en idioma, reproducir acentos y hasta juguetear y bromear con algunas pronunciaciones muy marcadas del Caribe hispano.

Escuchar a los arubianos creó para mi, casi de manera inmediata, una zona de seguridad, de protección, cálida. En mis días en Aruba, no tendría que preocuparme por sacarle el polvo a mi inglés o a las palabras que puedo pronunciar en italiano o francés. El papiamento me hizo sentir como en casa,


@borisfelipe68

jueves, 16 de diciembre de 2010

Aeropuertos, islas y esperas

Unos días atrás le comenté a mi amigo G que en realidad no me gusta viajar. Su mirada incrédula me obligó a explicarme mejor: aunque conocer lugares nuevos o visitar otros por segunda o tercera vez, están dentro de mis actividades predilectas, me resulta en extremo desagradable esperar y en particular en los aeropuertos, ni hablar de volar en un avión, esto último puede desatar cada una de mis neurosis de manera irremediable. Por eso, mi primera pregunta al saber que viajaría hasta Aruba fue ¿cuánto demora el vuelo? Cuando recibí la respuesta, respiré tranquilo, muy tranquilo: treinta y cinco minutos. Un poco más de media hora entre la ciudad donde vivo y una isla en el Caribe. Treinta y cinco minutos entre el ruido y el descontrol de Caracas y una oferta turística que incluye playas, buena comida y diversión. La cosa pintaba bien. Así, la primera prueba estaba superada, el vuelo sería corto, muy corto.




Cuando digo que no me gustan los aeropuertos no exagero, no les encuentro ninguna gracia, me resultan fríos, sin personalidad, como un enorme, gigantesco ascensor donde nadie mira a los ojos y la cortesía es, sobretodo, fingida, al igual que casi nadie se comporta naturalmente en un ascensor, tampoco lo hacen, generalmente, en un aeropuerto. Por eso, cuando comencé a caminar por el Aeropuerto Reina Beatriz de Aruba, estaba preparado para mi dosis de “conducta de aeropuerto”. El Reina Beatriz es pequeño, puedes atravesarlo muy rápidamente, en pocos minutos estaba a metros de la salida, mientras esperaba mi maleta noté que quienes estaban allí sonreían, hablaban naturalmente, no había caras largas ni mucho menos. Cuando tomé mi equipaje y me dirigí hasta el punto último del aeropuerto pensé “ahora viene la inspección de aduanas, las preguntas incómodas, la tensión”. Pero no fue así, el funcionario uniformado fue, de nuevo, cortés, con una tranquilidad sorprendente hizo un par de preguntas y ni siquiera mis respuestas torpes cambiaron su humor. Tomó mis contestaciones como válidas, me mostró los dientes mientras reía y listo, ya estaba, oficialmente, en Aruba. Segunda prueba, superada, no tuve que hacer una espera eterna e insoportable en el Reina Beatriz. En ese momento fue justo hacerme una interrogación ¿será que este viaje echará por tierra todas mis opiniones sobre aviones o aeropuertos? No sabia lo próxima que estaba la contestación.




“Boris Felipe” leí sobre un cartón impreso, por supuesto, supe que  la persona que lo portaba estaba allí para recibirme. Era una chica, delgada y alta. La saludé y ella devolvió el gesto. Escuché su español con un acento colombiano marcado. Se presentó: Paula Ochoa. Le pregunté ¿eres colombiana? La respuesta fue un cañonazo de orgullo isleño “no, soy de aquí, de Aruba. Nací y fui criada aquí, mis padres son de Medellín, pero soy de Aruba” su simpatía se mantenía intacta. Transcurrieron algunos minutos, conversamos mientras yo miraba el sol detrás de una pared de cristal, mientras yo escuchaba a gente hablar en papiamento, mientras miraba el color azul del cielo, mientras miraba a gente caminar sin apuro por el aeropuerto, gente con sandalias, pantalones cortos, camisetas ligeras. En un momento, Paula preguntó ¿te importa esperar a Gustavo, viene desde Bogotá? Le respondí, “no, no me importa, esperemos” Así, ocurrieron dos cosas, estuvimos media hora más en ese lugar y yo, por primera vez en mi vida, esperé en un aeropuerto sin irritarme. Aruba comenzaba a hacer efecto en mí, entendí cabalmente lo de “One Happy Island”. 

@borisfelipe68